Una mañana del mes de agosto, Amanda se despierta de sus nueve horas de sueño. Eran casi las diez y media y llegaba tarde a su cita con un primo lejano que había llegado esa misma mañana y provenía del sur.
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Por el camino la señorita iba tarareando una vieja canción de los Beatles y acariciando cada una de sus redondas y perfectamente ovaladas perlas de su magnífico collar. Al llegar al restaurante avistó a su primo, ¡cómo no reconocerlo!, llamaba la atención en el local, su sombrero sobresalía entre todas las cabezas. Se sentaron a desayunar, después bebieron, después comieron, después siguieron bebiendo. Unas cuantas horas más tarde salieron de aquel sitio y se dirigieron hacia la casa de Amanda, por el camino se encontraron con un vagabundo atado con una soga ante la tenue luz de una farola y le ayudaron a quitarle el nudo, lo llevaron a casa. Amanda le sirvió un té caliente y su primo buscó una manta para que el mendigo no tuviera frío.
El mendigo al ver que no había nadie entró en la habitación de Amanda y rebuscó en los cajones hasta encontrar el collar de perlas de la joven muchacha.
En un abrir y cerrar de ojos el mendigo había desaparecido con el collar valorado en casi medio millón de dólares.
Lo primero que hizo fue acercarse a la casa de empeño, quiso venderlo y pidió medio millón de dólares en efectivo, el dependiente con su monóculo observó atentamente las piedras preciosas y se empezó a reír, al mendigo no le hizo mucha gracia y le preguntó que por qué se reía. El dependiente le dijo que aquel collar no era de diamantes sino que era circonio y no valía nada, el mendigo indignado lo vendió por veintitrés dólares y sabiendo que los matones de Amanda lo buscarían hasta matarlo lenta y penosamente, prefirió ahorcarse en la farola donde lo habían encontrado.
Autor: Rafael Caicedo Cortés, 2º ESO B
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